Olivia Paredes
Desde el punto de criminología, la guerra civil salvadoreña dejó como herencia a los llamados hijos de la guerra, menores que crecieron durante el conflicto armado y que actualmente son quienes siembran los cimientos para las maras y pandillas; aunque El Salvador regresa a los tiempos de represión militar y conflictos, se espera no desembocar en una nueva guerra, enfatizó el maestro Luis Eduardo Ticas Hernández.
El líder del Grupo CriminalisTicas en El Salvador detalló, durante su participación en el Taller Internacional de Derechos Humanos organizado por la Unidad Regional Sur (URS) de la Universidad de Sonora, que Latinoamérica estuvo hundida en varios conflictos civiles que derivaron en una guerra fría.
“Por una parte el capitalismo y por otra el comunismo, y esto generó una huella imborrable en la historia de Latinoamérica; un poco del contexto es que la guerra duró de 1979 a 1992, casi doce años. En el país había una gran cantidad de población indígena de descendencia náhuatl, ellos eran la gran mayoría de los que habitaban El Salvador, y en ese tiempo empezaba la dictadura militar con el poder del coronel Maximiliano Hernández Martínez, a esta época se le llama el martinato.
“Este presidente es el más conocido por tener un récord de sangre bastante amplio. En esta época en el país nace el Partido Comunista Salvadoreño de un levantamiento indígena; en respuesta, El Salvador empieza a dar una persecución de todo aquel campesino, indígena o persona que tuviera algún tinte o influencia comunista”, describió.
Ticas Hernández enlistó que algunos de los hechos sangrientos que protagonizó la población salvadoreña fueron la masacre de Izalco en 1932, el asesinato del padre Rutilio Grande en 1977, la masacre de las gradas de catedral en 1979, la masacre de Sumpul en 1980, la masacre de El Mozote en 1981 y la masacre de los sacerdotes jesuitas en 1989.
“Es así como se empiezan a violentar derechos humanos de todos aquellos que pensaban o tenían una visión diferente y viene una de las primeras grandes heridas para El Salvador: la masacre de Izalco, un pueblo donde estaban el asentamiento indígena más grande del país. El ejército salvadoreño llega, despliega todo su poderío militar y reúne a todos los campesinos en la plaza.
“Se llevaron a todas las personas, las catearon, buscaron un indicio de ser comunistas, pero por el simple hecho de ser indígenas en el país les tenía considerados. En esta masacre mataron a casi 130 mil personas, todas reunidas en el parque son acorraladas por cuatro tanquetas y se abre fuego, quitándoles la vida. El mayor etnocidio, solo por ser indígenas fueron asesinados”, relató.
La guerra civil salvadoreña como tal inicia en octubre de 1989; destacó que “desde el punto de criminología, esta herencia recibimos ahora: los hijos de la guerra, menores que crecieron con este conflicto armado y que son los que sembraron los cimientos para las maras y pandillas”.
Actualmente, puntualizó, la situación del país está regresando a los tiempos de represión militar y conflictos, los cuales se espera que no vayan a desembocar en una nueva guerra civil en El Salvador.
“Algunas causas de guerra civil fueron la desigualdad social que existía en el país, era pobreza extrema y un pequeño porcentaje de personas que tenían todos los medios de producción, la tenencia de la tierra era minoritaria”, indicó.
Luis Eduardo explicó que durante los años 60 era común ver cada día a menores con fusiles de guerra, niños soldados que eran utilizados en la guerrilla y adoctrinados sobre liberar al pueblo salvadoreño y obtener tierras para sus familias.
“Los niños soldados siempre han existido, pero a muchos campesinos los mandaban con palos pintados y les decían que era para hacer número, mucha gente fue utilizada por intereses políticos. A los menores los adoctrinaban, les decían que iban a liberar al pueblo y que tendrían tierras para sus familias; y por la gran desigualdad económica estos niños salían a combatir contra un ejército preparado, y eran presas fáciles”, reiteró.
El especialista en criminología también describió la masacre de El Mozote, pueblo situado al norte de El Salvador, en la frontera con Honduras, donde el 1981 se registró otra de las masacres de mayor dimensión.
“Un pueblo entero y lugares aledaños fueron barridos completamente por el ejército salvadoreño. El batallón toma estos lugares, los sitia y habla a uno de los pobladores diciéndole que harán un cateo de rutina; ellos con temor, pero acostumbrados, aceptan que lleguen los soldados y éstos los reúnen a todos en una plaza.
“Separan a mujeres, hombres y niños, y hacen cateos de rutinas en las casas en busca de propaganda comunista. Al no encontrar, en la noche los dejan regresar a su hogar, pero de madrugada llegan nuevamente, los reúnen en la plaza, matan a todos los animales, ganado y de compañía, porque eran fuente de alimento para los guerrilleros, quemaron cultivos y empezaron a matar a todos los pobladores del lugar”, narró.
Dicho suceso, agregó, fue cuestionado en sus orígenes hasta que la periodista mexicana Alma Guillermoprieto, quien laboraba en The Washington Post, encontró a uno de los pocos sobrevivientes de la masacre.
“Entre todas está Rufina Amaya, quien queda cubierta por un cuerpo y los soldados la pasan de largo. Muchos medios empiezan a negar la existencia de la masacre, hasta que Alma Guillermoprieto se encuentra con ella y cuenta todo. Fue quien dio vida a la masacre de El Mozote como tal y creo que a nivel mundial es la que más se conoce”, concluyó.